EL AÑO DEL DRAGÓN
A LA SOMBRA DE ANTRAX
Hacía ya seis
años que no veía las adoradas montañas de Alora, el Chorro. Todo lo que le
rodeaba le resultaba tan familiar que incluso le asustaba. En aquel instante
recordó porqué se había ido de allí y volvió a su mente como una gran ola que
todo lo arrasa a su paso.
Giró la esquina del camino, ese camino ancho y de
piedra acostumbrada al paso de toda clase de furgonetas. Parecía que en aquel
polvo y aquella tierra estaba escrito su pasado. Había recorrido muchas veces ese sendero y los recuerdos se peleaban
por salir: Las cervezas en el Bar de “la Isabel” picoteando tapas, el humo de
los cigarros y el aire de la montaña.
Podía ver el
colorido atuendo de los que poblaban casi todos los días aquella terraza de
bar. Oía sus voces rasgadas por las noches de cante y tabaco.
Aun podía escuchar
sus conversaciones sobre vías, cintas exprés, arneses… todo aquel vocabulario que
le resultaba tan familiar. Todo aquel paraje no había cambiado tanto. Eso sí, Isabel, ya no regentaba el
lugar. Ya no se la escuchaba desde fuera canturrear las canciones de Rocío Jurado y reírse con
las tonterías que le decían. Su frase _ ¡Niiiñooo
aquí tienes er café!_ ya no resonaba en el Bar de la estación. Isabel ya
era muy mayor cuando ella frecuentaba el lugar y ahora, sencillamente, ya no
estaba.
Allí
permanecían las grandes montañas del Chorro y su vía más conocida: Ántrax.
Largas y áridas paredes de unos 300 m que habían sido abrazadas por un sinfín
de escaladores durante años y años. Eran
de un color gris blanquecino al alba pero a medida que avanzaba el sol se volvían
más brillantes. Zigzagueaban entre los arbustos enganchados grandes vetas
amarillentas que cuando llovía se volvían oscuras y amenazantes. Grietas que
desvelaban como en una mujer la belleza de la edad en la roca. Y siendo
observadora se podía ver como la pared
guiñaba destellos plateados que surgían de los enganches de las vías,
llamados en el argot de los escaladores “chapas”. Esas chapas donde tanta gente
había suspendido sus sueños de conquista de la madre roca. Esa roca con la que
se fusionaban formando un todo con la “pacha
mama”. Ella que los abrazaba y que a veces también los repelía.
Miró dentro del bar pero no había nadie. ¿Qué había
sido de toda la gente con la que había compartido tantos años de su vida?
¿Habrían huido ellos también de su rutina pagando un precio tan alto como era alejarse de ese maravilloso lugar?
Sin saber cómo
se vio sentada en la terraza con una caña de cerveza disfrutando ese delicioso sol que alimentaba toda la provincia.
Mientras se deleitaba alguien se sentó a su lado. No notó la presencia hasta
que una voz rompió el silencio.
Ella lo miró
como quien mira un fantasma, pero poco a poco recobró la cordura. Lo saludo con
la familiaridad que se esperaba de una amistad forjada por encuentros de fin de
semana, y charlas de escalada bajo la sombra de un árbol de la mano de una
“cervecita”.
Por su forma
de hablar se diría que no había pasado
el tiempo y a pesar de que ella sabía que sí, le gustaba volver a esos días y
disfrutar de ese estado de cotidianidad cercana. Él le habló de sus viajes y de
su fastuosa producción de toda clase de utensilios de cuero. Parecía que el
negocio le iba muy bien. Su conversación era amena y casi sin darse cuenta se
vio rodeada de todos los que antaño formaban su pequeña familia del Chorro.
Por un momento cerró los ojos y se transportó
a aquellos días. Resonaban de fondo el eco de unos timbales con un ritmo que parecía salir de lo más
profundo de Marruecos. Los olores eran una mezcla de tabaco, hachís y chimenea
de leña.
Las risas la hicieron regresar de su
particular retiro y observó la escena que la rodeaba ¿Realmente no había pasado
el tiempo? Aurora miró al cielo y creyó ver un destello ahí arriba, donde Ántrax
reinaba y vigilaba a los pobres mortales que intentaban coronarla. El tiempo se
detuvo para ella y todo se volvió oscuro.
AURORA
El frío se le
había clavado en las mejillas de una forma imperante. Notó como algo le
resbalaba desde las sienes hasta la comisura de los labios. Tenía mucha sed y
el frío era cada vez más insoportable. Trató de mirar a su alrededor pero algo
reseco se lo impedía, quizás la misma sustancia que resbalaba por sus sienes se
había solidificado en sus ojos.
Arrastrándose pudo llegar hasta lo que parecía
una silla. Era de metal y lo suficientemente pesada para aguantar el peso de su cuerpo sirviéndole
de ayuda para levantarse. Lo consiguió y tanteando la habitación llegó a lo que
le pareció un pequeño lavabo. Abrió el grifo y se enjuagó. Ahora sí, aunque con
dificultad, pudo abrir los ojos y se vio en el espejo que tenía delante. Las
arrugas habían ocupado todo su rostro y se le dibujaba una expresión de dolor e
incertidumbre. La sustancia misteriosa, su sangre, manaba a borbotones desde la
cabeza envolviéndola como un celofán macabro.
Se palpó las
facciones, no se reconocía ¿Quién era aquella anciana que la miraba desde el
otro lado del reflejo con la cara ensangrentada?
Gritó y su
voz se ahogó con un llanto que la asoló desde lo más profundo de su alma. Y
entonces oyó como se abría la puerta. Una mujer joven con el cabello rojo y una
bata blanca apareció ante ella. Reconoció aquellos ojos que la miraban con una
extraña ternura y que pronunciaban su nombre _Ven Aurora, guapa, que te voy a curar esa herida_
Ya en la
enfermería miró a su benefactora y trató de explicarle lo que había vivido y
visto hacía unos minutos. Le contó que había estado en su tierra, Alora, con
sus amigos de toda la vida y que de pronto se había transportado a esa
habitación fría donde sangraba sin saber porqué. El rostro de la mujer mutó. Su
gesto se tornó duro, helado. Trató de disimularlo por lo que la miró fijamente
al mismo tiempo que le decía: _No te
preocupes, bonita, todo va a salir bien, ya verás cómo sí_ la abrazó fuerte
y cuando se despegó de ella le cogió con suavidad el brazo y le inyectó algo
que tenía en una jeringuilla. Aurora la miró y entonces supo que nada de lo que
dijese tendría importancia. Notó como la sustancia entraba a empujones por su
brazo dolorido y al mismo tiempo observó
como penetraba en el. Tenía la piel pegada al hueso y las venas eran como
grandes montículos que sobresalían
amenazantes. Todo el antebrazo era una explosión de colores, pasando del morado más intenso al rosáceo y
terminando con un amarillo terrizo que le daban un aspecto decadente.
EL AÑO DEL
DRAGÓN
[…7 de marzo del 2006
“Diario de cuerdas y
rocas”
Para mi madre, mi
hermano y para ti Oriol, que supiste entenderme y hacerme tan feliz.
Mi nombre es Aurora
Martín. Según la creencia china soy una
de las hijas del Dragón porque nací el 7 de marzo de 1976, año del Dragón. Dicen que por eso soy tan intrépida y aventurera quizá también por eso desde pequeña me han
atraído los deportes de aventura sobre todo la escalada.
Empecé a la temprana
edad de 7 años arañando las vías de las paredes del Chorro y cuando conseguí
coronar Ántrax, con 15 años, me di cuenta de lo que quería hacer el resto de mi
vida.
Así que quiero
agradecer al Dragón la fuerza que siempre me ha dado para enfrentarme a mis
retos.
Hoy es el día de mi 30 cumpleaños y por eso he
decidido intentar mi mayor reto hasta la fecha: coronar el monte Annapurna de
8.091 metros en la cordillera del Himalaya en Nepal.
Con este diario pretendo
dejar constancia de mi hazaña si lo consigo aunque podría ser mi despedida en el fatal caso de
que la expedición se tuerza, y no vuelva a casa.
Estas palabras son para vosotros.
“El mundo está en las
manos de aquellos que tienen el coraje de soñar y correr el riesgo de vivir sus
sueños” (Paulo Coelho)
Este es mi sueño y
correré el riesgo…]
Su pelo era
rojo, tanto que dolía mirarlo cuando se reflejaba el sol en el. Tenía una
peculiar forma de atender a los enfermos. Ella creía que con cariño sería más
fácil que sanasen y por eso les daba una atención casi personalizada, su nombre
era Ángela y como un ángel cuidaba de los pacientes del psiquiátrico. Sin
embargo con Aurora tenía especial cuidado. La admiraba y le enternecía su fatal
historia.
Siempre iba a verla para comprobar si estaba bien o
si tenía alguna herida. Aurora sufría un desequilibrio mental y tendencias suicidas .La internaron con 32 años
después de reponerse de un fatal accidente de montaña. Era una alpinista de
élite, pero en su expedición más complicada casi perdió la vida. _Pobre mujer, quizá hubiese sido mejor para
ella morir en aquel accidente que vivir este calvario de alucinaciones y
autoagresiones diarias_ se decía cuando salía de la habitación.
Esa noche
había sufrido una de sus crisis más violenta, tanto que casi muere desangrada.
Pero a pesar su edad tenía una fortaleza excepcional.
Descansaba intensamente.
Su respiración golpeaba en una sinfonía de silbidos y ásperos suspiros, más
propios de un animal que de una persona. Pero aquella música se debía
únicamente a que tenía un sueño muy profundo.
Todos los
días le contaba a su enfermera favorita donde había estado esa noche, como si
de un viaje astral se tratase. Ella así lo creía. Con su mente visitaba sitios de
su pasado y otros donde nunca había estado, curiosamente siempre daba detalles
precisos de esos lugares y de las personas que allí habitaban pero el
diagnóstico que pesaba sobre su cabeza le impedía ser verosímil. Los locos no
son creíbles.
Aquella noche
parecía una noche más en el psiquiátrico. Todos los internos dormían y aun más
la anciana escaladora, que había sufrido un episodio bastante fuerte. Pero hoy
para Aurora era una noche especial. Era su cumpleaños. La hija más fuerte del
Dragón cumplía 60 años.
Una brisa
leve pero cálida acarició las mejillas de la anciana y esta a pesar de las
drogas que inundaban su cuerpo abrió los ojos. Miró hacia la ventana y con una
fuerza misteriosa la abrió y se subió. Una luz intensa y blanca la iluminó,
la luna estaba llena. Aurora miró a la
luna con los ojos tan abiertos, tan jóvenes y tan sanos que parecía imposible que
aquella mujer estuviese enferma. Todas las arrugas de su cuerpo poco a poco
fueron desapareciendo como si alguien las borrase con extrema delicadeza. Abrió
los brazos y dio un paso hacia fuera. El aire la abrazó y se precipitó hacia el
suelo. Cuando parecía que su cuerpo se estrellaría contra el patio de la
institución una sombra enorme y fulminante la arrancó del vacío. Era un animal alado.
Poseía un gran cuerpo repleto de escamas rojas y doradas. Avanzaba por el cielo
escupiendo fuego mientras se alejaba con Aurora montada en su lomo. La hija del
Dragón volvía a su tierra. Regresaba para seguir ascendiendo a los cielos por
siempre.
7 de marzo 2036 titular
del periódico el Sur
Fallece la reconocida
alpinista Aurora Martín de un infarto a los 60 años de edad en su habitación
del Hospital psiquiátrico San Antonio de Málaga.